Criar niños resistentes en una tercera cultura

Los niños de la tercera cultura han acompañado a sus padres a trabajar o estudiar en el extranjero durante sus años de desarrollo más importantes, antes de los 18 años. A menudo se les describe como personas que entablan relaciones con todas las culturas en las que han vivido, pero sin sentirse plenamente dueños de ninguna, por lo que tienen “la cultura entre culturas”. El sentimiento de “ser especial y estar confundido” influye mucho en los niños, por eso es tan importante prestar atención a este problema.

Los niños viven en el extranjero por muchas razones, por ejemplo, como inmigrantes, refugiados o porque sus padres son expatriados; aunque hay muchas similitudes entre estas experiencias, también hay diferencias. Es necesario explorar los aspectos emocionales y relacionales de ser un niño de estas características.

La infancia desempeña un papel crucial en la formación de la identidad y el sentido de pertenencia a grupos culturales, étnicos y raciales. Estas experiencias son fundamentales para ayudar a los individuos a navegar y comprender el mundo, así como a adquirir las normas sociales esenciales y los comportamientos necesarios para la adaptación dentro de su contexto cultural.

Durante el proceso de aculturación, ya se produzca en escuelas, parques infantiles o centros de ocio, cuando niños de diferentes orígenes culturales entran en contacto unos con otros, pueden surgir conflictos. Vivir en múltiples culturas crea una experiencia emocional única para los niños de la tercera cultura. Pueden luchar con un sentimiento de no pertenecer plenamente a ninguna cultura. Esta liminalidad se caracteriza por un sentimiento de inseguridad e incertidumbre. Pueden experimentar dolor como respuesta normal a su infancia globalmente móvil. Es posible que se enfrenten a la falta de hogar cultural, lo que puede reducir su autoestima. Sin embargo, la afirmación, la pertenencia y el compromiso con cualquier identidad transcultural pueden amortiguar los efectos negativos de este proceso y contribuir a una mayor autoestima. Los resultados serán mutuamente beneficiosos para todos los implicados.

El proceso de aculturación varía enormemente entre individuos y grupos, ya que emplean diferentes estrategias como la integración, la asimilación, la separación y la marginación. Estas estrategias desempeñan un papel importante a la hora de determinar el nivel de estrés experimentado y el grado de adaptación psicológica y sociocultural alcanzado.

Además de la variación cultural grupal e individual, existen variaciones en el seno de las familias: entre los miembros de una familia, la aculturación suele avanzar a ritmos diferentes y con objetivos distintos, lo que a veces provoca un aumento de los conflictos y el estrés y unas adaptaciones más difíciles. Asimismo, el deseo de una persona de mantener conexiones positivas con ambas culturas, lo que se conoce como estrategia de aculturación “integradora” o bicultural, puede verse obstaculizado por presiones psicosociales como las políticas asimilacionistas, las políticas multiculturalistas, la composición racial y cultural de su comunidad y las experiencias personales de discriminación. Además, factores individuales como los rasgos de personalidad también pueden influir en su capacidad para adoptar plenamente ambas culturas.

En general, los individuos que siguen una estrategia de integración, que implica comprometerse activamente con aspectos tanto de su propia cultura como de la nueva, tienden a experimentar menores niveles de estrés y a lograr una mejor adaptación en comparación con los que eligen otras estrategias. Es esencial reconocer el valor de apoyar a los niños en su bilingüismo y fomentar el estudio de lenguas de múltiples culturas como parte del proceso de aculturación.

Para los padres, apoyar activamente a sus hijos bilingües en el aprendizaje y mantenimiento de lenguas tanto de su cultura de origen como de la nueva cultura puede ser una estrategia beneficiosa para ayudarles a navegar por la experiencia de la tercera cultura. Al fomentar el dominio de varias lenguas, los niños adquieren una valiosa herramienta de comunicación y comprensión en contextos culturales diversos. Esta flexibilidad lingüística puede mejorar su capacidad para adaptarse y encontrar su lugar en la tercera cultura, facilitando una integración más fluida y un sentimiento de pertenencia.

Además, ser bilingüe da a los niños una perspectiva más amplia y un aprecio más profundo por las distintas culturas. Les permite salvar las distancias entre culturas y fomenta la empatía y la sensibilidad cultural. El dominio lingüístico y el número de lenguas que conocen los niños de terceras culturas afectan significativamente a sus perfiles de personalidad. Los individuos multilingües, que dominan su lengua materna y una o dos lenguas más, tienden a puntuar más alto en apertura mental y empatía cultural. Los multilingües funcionales, que conocen varias lenguas, presentan rasgos de personalidad similares. Esto sugiere que el dominio de idiomas y las experiencias multiculturales pueden moldear la personalidad. El aprendizaje de las lenguas de los demás se ve favorecido por el hecho de compartir las preferencias alimentarias y adoptar formas de vestir e interacciones sociales características de cada grupo. Los individuos con movilidad global suelen ser capaces de entender y apreciar más de un punto de vista, y se sienten más cómodos con la ambigüedad que la mayoría de la gente.

Crecer como un niño de una tercera cultura presenta una serie de retos y ventajas. Al dotar a los niños de conocimientos lingüísticos y comprensión cultural, los padres pueden facilitar su aculturación y promover su bienestar general en entornos culturales diversos.

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